Empezar el cambio con una frase

Acabo de ver el fragmento de la Mesa Redonda (MR) en el que aparece una intervención del profesor Fabio Fernández. Aclaro que mi comentario no va sobre su persona, porque no lo conozco, ni viene al caso opinión alguna sobre él.

Lo que vimos en la MR fue a un cubano, un académico, un intelectual (estos dos últimos aspectos muy importantes en una sociedad tan elitista) haciendo referencia a la falta de cierto sentido patrio en muchos jóvenes. Se ve claramente en el video y no hay mucho debate sobre qué dijo exactamente.

Lo relevante, al menos en lo que me centraré, es en la interpretación y/o connotación que se le ha dado en las redes a las declaraciones del profesor. A lo que respondo brevemente a continuación.

 

***

 

La historia de Cuba pos 59 está llena de momentos donde alguien dijo algo “muy valiente”, dado el cargo que ocupaba y el lugar donde lo expresó. Llamémosle a esos momentos de honestidad y valentía, ataquitos de honestidad (AH), por ponerle un nombre.

Esos AH pueden ser el Che Guevara diciendo que la UJC era una organización dócil ya en sus comienzos (aunque el guerrillero argentino fue siempre crítico con las prácticas de la entonces joven Revolución), pasando por varios noticieros del Icaic, los cortos de Eddy del Llano, las antiguas y mejores canciones de Buena Fe, un académico diciendo en la MR que el bloqueo debe mirarse como un hecho estructural y que hay que liberar las fuerzas productivas, un periodista de la oficialidad cuestionando los servicios de ETECSA durante la pandemia, una entrevista a Leonardo Romero Negrín publicada en un medio estatal, un periodista de la oficialidad afirmando delante del presidente que sí hubo violencia el 11J por parte de los cuerpos de seguridad y orden público, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia dejando claro que es un derecho constitucional manifestarse pacíficamente… No sigo, pero hay más ejemplos.

En sus momentos, cada uno de esos AH fueron aplaudidos por diversos sectores críticos con el gobierno. Interpreto que ese reconocimiento positivo radica en que con los AH se da visibilidad y alcance a declaraciones sobre errores muy obvios del sistema o sobre derechos que tiene la ciudadanía (y que no se ejercen).

Ese modo de comprender los AH como beneficiosos para cambios sustanciales en Cuba llevan implícito que el problema en Cuba es comunicacional: el ciudadano promedio no conoce “la verdad”.

Derivado de lo anterior, identifico una especie de teoría del goteo, según la cual se colmará la copa (la cansina idea del tránsito de lo cuantitativo a lo cualitativo). Algo así como: cuando la cantidad suficiente de cubanos conozcan “la verdad”, podrá cambiar el sistema (hago abstracción de la magnitud del cambio).

Y tiene sentido, sí.

Sin embargo, el problema no es que el cubano promedio (no) conozca “la verdad”. Descontando a nuestros mayores convencidos, cualquier cubano en Cuba, o fuera, sabe hace mucho tiempo que hay corrupción (uso arbitrario de recursos públicos o “del pueblo”) a varios niveles, abuso de poder y represión. De hecho, no es raro que los revolucionarios oficialistas recomienden a sus seres cercanos tener cuidado con la segunda y la tercera de las particularidades mencionadas. Es decir, hasta el más convencido sabe, incluso teme, que una frase dicha en el lugar incorrecto a la barriga incorrecta pueda costar caro, lo que incluye la defenestración. (Si me pongo a mencionar ejemplos, me tomo otro párrafo. Me lo ahorraré).

Entonces, sepa “la verdad” un cubano más o un cubano menos, aún si lo sabe todo el mundo, el problema de fondo podría definirlo vulgarmente como miedo. Aunque en realidad hablo de la cautela que cada individuo tiene, resultante de racionalizar a su modo su instinto de autoconservación.

Luego, el ciudadano cubano no enfrenta al gobierno porque desconozca cómo es, sino que, por el contrario, muchos ya saben. El problema es que, de los que no están de acuerdo con la gestión gubernamental, la mayoría no quiere arriesgarse a mostrar su voz.

Así, resulta que la dificultad clave del cambio político en Cuba ( o de intentarlo) radica en que el ciudadano decide mostrar su voz una vez que está fuera de la isla. Las calles cubanas no han sido tomadas porque se desconozcan los desastres económicos y violaciones que comete el gobierno y sus instituciones, sino por la apuesta de muchos de cuidarse justamente de cómo pueda responder el gobierno a ello (con represión, como muestran las condenas del 11J).

En pocas palabras: no es el desconocimiento de la “verdad”, es la falta de determinación del sujeto colectivo para enfrentar una respuesta gubernamental represiva. Por supuesto, hablo solo de los que no quieren al gobierno, o aspiran a que este haga cambios sustanciales.

Por último, en cuanto al goteo (lo del tránsito de los cambios cuantitativos a cualitativos) … ¿cuál de los ejemplos de AH antes expuestos ha servido de base para un proceso acumulativo y creciente? Por ejemplo, las declaraciones del académico sobre el bloqueo no devinieron en un cambio de discurso y práctica, ni en una mayor visibilidad de aquellas declaraciones (vivas en las que las recordamos por cuenta propia), ni siquiera en una reducción del justificacionismo del bloqueo por parte del gobierno y voceros profesionales y entusiastas. Tampoco la entrevista a Romero Negrín. Y así con cada ejemplo.

Conclusión: los AH no cambian nada, ni son material que acumulado produzca cambios.

 

***

 

Es cierto que la AH de Fabio fue “fuerte” para el contexto. Sobre todo, comparado con la demagogia y otros cuantos adjetivos que se merecen las intervenciones sobre Cuba de los panelistas habituales de la MR. Además, el sistema puede permitirse sus AH en sus medios cada cierto tiempo, sobre todo porque no afecta su estabilidad.

Además, Fabio es de los nuestros, dirán entre las élites oficialistas que apoyarán su intervención. Pueden hasta premiarlo, ya que es una opción capitalizar mediáticamente lo ocurrido, por ejemplo, como muestra de que el sistema político cubano sí acepta críticas. Porque no es un secreto que los que dirigen no solo necesitan el bloque duro y agresivo del departamento ideológico, sino también a otros, más rebeldes, sujetos pensantes más sintomáticos, para los cuales se reservan puestos en institutos y centros de investigación, donde son menos visibles, pueden jugar con el guion y al mismo tiempo defender al sistema. Es decir, el sistema sabe que no sólo puede tener rostros Made In Ñico López, las chapeadoras humanas con guayabera; también necesita otros rostros, sobre todo otras mentes. Por tanto, el sistema no solo puede permitirse ciertos AH, sino que los necesita para su imagen, que es esencial en la producción de propaganda política. Esa necesidad es comprendida también por intelectuales y aspirantes a ideólogos. Es decir, un grupo de personas le disputa espacio y status a los Ñico López para ganar el favor del poder. Mientras los segundos ganan a base de obediencia y mordiendo a quien critique, los primeros apuestan por ganar espacio indicando cómo se hace. Mientras unos niegan los huecos, otros dicen que existen y que hay que arreglarlos. No digo que sean malintencionados, al menos esos que “aconsejan”, digo que ES. Son formas de lealtad diferentes, y desde arriba lo saben.

De hecho, con un poco de detenimiento se puede apreciar que la intervención de Fabio fue un llamado al poder para pedir cambios, pero para que los haga el poder, quizá de la mano de intelectuales como él (en vez de los radicales oficialistas), y no un llamado a empoderar y dar voz a los contrarios al sistema (prueba de que su intención no es más allá). En resumen: es un mensaje dirigido al poder, diciéndole que debe hacer las cosas mejor y que debe cambiar o combinar consejeros, y no un cuestionamiento mismo al carácter autoritario y excluyente de este. Porque, ante todo, los revolucionarios institucionalizados cuando hablan, le hablan al poder. Se señala, con respeto, pero no se encara ni se responsabiliza a la élite política por nada.

En consecuencia, las frases de Fabio ni siquiera llegan a la raíz estructural del problema, y a cómo la estructuralidad de dicho problema está asociada a la lógica de reproducción de las relaciones de poder y clasistas de la sociedad cubana (algo muy obvio para cualquier científico social, sobre todo para un marxista).

Y por supuesto, lo aquí dicho no convierte al profesor en cuestión en alguien detestable, mala persona, mal intelectual, sino simplemente en un intelectual que no quiere servir al poder de la manera destructiva y hegemónica de otros. En cierta medida, loable su posición.

En cambio, no se descarta que lo veamos de pronto dando las mismas declaraciones que cualquiera que defiende al sistema cubano públicamente, como forma de servir al poder y de auto observarse; al menos eso ha pasado con muchos. Es decir, los AH ni siquiera son algo de peso dentro del propio discurso personal de quienes lo hacen. ¿Por qué lo sé? Porque ser consecuente con lo que Fabio expresó te convierte en una voz que disiente del sistema, por tanto, para permanecer dentro de la zona de confort que ofrece el Gobierno, hay que guardar lo que dijo Fabio solo para hacer un AH.

Insisto, no cuestiono a Fabio en su decisión personal de estar “dentro de la Revolución”, aun cuando el sostenimiento de esta siga siendo una suma cero en detrimento del disenso. Tan solo lo tomo de ejemplo para desarrollar algunas ideas.

En cambio, señalo como peligrosa, política e intelectualmente, la incapacidad y la falta de aprendizaje histórico de quienes se sienten sujetos activos de una alternativa al país que vivimos, pero que no comprenden cómo hechos aislados como este AH de Fabio no son más que descripciones de la cara más visible de un problema más profundo, que no quedan fuera del modelo y de lo admisible por este sin debilitarlo, que el sistema hasta lo necesita, por tanto, que un AH no es señal de que nada va a cambiar. Cuestiono lo que implica que intelectuales vayan a la televisión nacional a mencionar problemas que todos conocen, y sea visto como un logro. Porque para mencionar los problemas está cualquier ciudadano, además de los periodistas, mientras que el trabajo de los intelectuales es (debe ser) buscar su raíz.

Pero la represión (dulcemente llamada a veces solo censura) ha creado formas de hipnosis ideológicas que, combinadas con el elitismo criollo, rebaja tanto la libertad de expresión, que la convierte en un privilegio: tiene que venir un doctor en ciencias a decir lo que todos sabemos. Entonces, ufff, si él lo dijo, ya podemos decirlo. (Este fenómeno se da mucho con Silvio Rodríguez, artista gigante que varios esperan a que hable para irse por ahí).

Finalmente, bien por Fabio, que dijo algo cierto que debe haber molestado al departamento ideológico (los dueños del dogma). Él fue más honesto que muchos otros que ni vale la pena mencionar, pero solo se salió un poco del guion (verificable en la respuesta ¿científica? del presentador de la MR). Y la decisión que tomen con él, si la hay, dependerá de si arriba quieren su consejo, premiarlo para que se esté tranquilo o si prefieren seguir escuchando a los de la línea oficialista radical.

Mientras tanto, el reformismo nostálgico de las clases medias, de las burguesías mancas habaneras, de aquellos a los que Obsorbo y Alcántara no les gustan por negros, vulgares, por no ser (tan) letrados y mucho menos doctores, tienen su sorbito de esperanza de que frases demasiado obvias puedan ser parte de un cambio.

 

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